Las noches van pasando, a veces con más pena que
gloria, pero transcurren. En consecuencia el día siguiente amanece, el otro y
el otro, y se convierten en semanas pasadas, en meses que nunca volverán, que perderán
su protagonismo en el calendario. Y llega un día que ¡¡cumpleaños feliz!!, de
repente mi pequeña sirena cumple un añito, come más tierra en la playa que las
gaviotas, disfruta de las verbenas del pueblo, regresa a la rutina diaria en su
hogar y... ¡¡vuelta al cole!!, ¡¡comienza por primera vez el cole!!.
Hoy,
exactamente hoy, ha ido por primera vez a "la guarde". Un día
importante en el transcurso de su vida, un día del que hablará cuando cuente
sus batallitas de la infancia (¡aysss, que me pongo ñoña!):
«Mi
madre me dijo que me pasé el día llorando», o «pues yo fui tan contento». ¿O
no? A todos nos han contado (más de una vez) como nos comportamos el primer día
que nuestros padres nos llevaron al cole. Y yo, consciente de la trascendencia
del evento, no he descansado como me hubiera gustado y he ido hacia la escuela
infantil con un nudo en el estómago más grande que el que cargaba cuando hice
la selectividad.
Como
mi pequeña no se suele despertar tan pronto hemos ido apurando el bibe en el
paseo hacia su gran cita. Empujada por la velocidad del reloj, me lo he inventado en el último
momento y no ha funcionado, ha bebido menos leche que un abuelo agua (no beben,
ya os lo digo yo). Yo estaba preocupada porque la iba a dejar prácticamente en
ayunas, en riesgo de hipoglucemia severa, aunque era tan poco rato, bla, bla,
bla... cosas de madre y enfermera a la par.
Cuando
me he querido dar cuenta hemos doblado la esquina y ¡la guarde! ¡Ahhhhhhhh! Cojo
aire, inhalo, exhalo, hago fuerza con mi abdomen para deshacerme del nudo
gástrico, abro la puerta y... ¡Guaaaa! ¡Guaaaa! ¡Guaaaa! ¡Guaaaaaa! ¡Guaaaaa!
(no hay espacio en el Word para redactar la de llantos que se oían). Creo que
hasta he dado un respingo y echado los pies para atrás del impacto acústico.
¡Cuidado! Pocas cosas son más estresantes que el llanto de un niño, y si le
sumas treinta barítonos, pues no entiendo como las profesoras no toman orfidal
a tazas.
En
seguida me ha atendido la directora, con una sonrisa despreocupada (tipo
azafata en turbulencias) y me ha conducido al aula de Eire. Hemos abierto la
puerta y... ¡Guaaaa! ¡Guaaaa! ¡Guaaaa! ¡Hipppp! ¡Hippppp! ¡Guaaaaa! ¡Guaaaaaa!
Yo,
aunque suene adolescente total, suelo decir "flipa colega"; pues lo
de hoy era el "flipa colega" más apropiado que jamás habré rehusado a
verbalizar en alto para no asustar a la profe con mi jerga, pero repito,
resalto, remarco y subrayo, lo que me he encontrado allí era un "flipa
colega" como una casa.
Allí
estaba la pobre "señorita" con seis bebés, dos de ellos rabiando del
berrinche (los "a tope"), otros dos llorando en discreción y otros a
ratos. Sara, que así se llama esta santa profesional, estaba dando las últimas
indicaciones a unos papás que iban a dejar a su peque un ratito, como yo, por
aquello de la adaptación.
Eire,
como si fuera sorda, se ha bajado de mis brazos para irse a por una mesita con
luces que era de los más cuqui y ha empezado a entablar amistad con el que
menos lloraba del lugar. Se ha acercado otro bebé al ver el buen ambiente que
se respiraba en "la mesita cuqui" y se ha venido tan arriba que le ha
quitado el chupe al primer amigo de Eire y se lo ha llevado a la boca... (¡Oh
my god!, virus, bacterias, mocos... ¡Arjjjjjj! ). No he podido evitarlo, como
una chivata se lo he tenido que decir a Sara. (Creo que no debería haber visto
ese momento, a partir de hoy tendré pesadillas en las que el chupete de Eire entra
en millones de pequeñas bocas usurpadoras e infecciosas).
Mientras
que yo hablaba con la profe, los padres del niño se fueron, disimulando su
salida y ¿qué hizo él? De primeras no darse cuenta, pero cuando lo hizo...
cuando lo hizo se pegó a la puerta por donde se habían ido sus papis y se puso
llorar (mi alma se cayó al suelo, os lo prometo).
La conversación ha sido difícil puesto que la
profe tenía que ir consolando a los bebés "a tope"; soltaba a uno y
lloraba, cogía al otro y se callaba, lo soltaba y berrinche. Mi cabeza se movía como en un partido de tenis pero en vertical, del suelo a los brazos de Sara.
Eire
seguía a su rollo.
«Pasando
de mami».
«Aquí
hay mucho que llevarse a la boca».
«Pues
no hay juguetitos que tirar al suelo con todas mis ganas».
Para
mi consuelo maternal sí que ha habido un momento en el que se me ha acercado y
me ha agarrado de la pierna, pero en seguida ha visto otro juguete más molón
que su mami y ha marchado a explorar.
En
acuerdo con Sara, me he ido cuarenta minutos, que a mí se me han hecho largos como
turnos de noche, pero ni una lagrima se ha escurrido de mi lagrimal (la actitud
de mi vástaga ayudaba, claro). Cuando
he regresado a por la enana la he encontrado de puntillas en una trona
intentando consolar a un "a tope" o intentando quitarle la trona (es
más que probable la segunda opción)...
Al
verme me sonrió. Y yo. Yo a ella también. Más unos diez besos sonoros y
apretados como si no la hubiera visto en años.
Este
ha sido su primer día de guarde. Estoy contenta, pero acaba de empezar. De fijo
que llora, que se enferma, que se cae, que no come o no duerme, pero solo quiero
añadir que me encanta vivir estos momentos con ella, ser la voz que luego le
recordará esos instantes de su infancia, ser la mano que le acompaña y le guía.
En definitiva, ser... su mamá.
A ver
si ahora tengo más tiempo y os cuento estas novedades (si os gustan, claro).
¡¡Nos
leemos!!
¡¡Que mi madre tenía un blog en el 2017, y escribió sobre mi primer día clase!!!. Si, Eire (contestará su asistente virtual inteligente), acabo de enviarte a la zona 3 de tu cerebro los textos originales, te constarán como leídos en 0,03 nano segundos. También abro conferencia holográfica con tus padres, su asistente me indica que ya saben que lo has descubierto, parecen emocionados y nerviosos con la noticia
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