Hace días que quiero escribir esta entrada, pero si seguís
leyendo, luego me entenderéis mejor, no he podido. Hoy he encontrado el
momento: 13.03 del mediodía, peque en la guarde, avería arreglada, esposo
trabajando, silencio...
Antes
de irme de vacaciones mi madre me dijo una de esas frases lapidarias suyas que te
dejan más seca que un palulú, esas en las que el tiempo se para y oyes como una
voz en off que suena a: ¡¡Zasca!! Pero vayamos al principio:
Había
trabajado por la mañana, de 8 a 15h, en la UCI (que os aseguro que se trabaja
mucho y si eres nueva le has de sumar varios puntitos más, ligados al estrés
que genera). Sudé.
La
noche había sido movidita con Eire y con el calor que hacía. Mis ojeras le
ganaban el terreno a mis mofletes y el cansancio se acumulaba en mi espalda y
mis piernas (y en mi mal humor, vale). Sudé.
Nada
más salir me enfrenté (como pude) al calor extremo que hacía esa semana de
julio y me metí en el coche rápido para ir a buscar a la enana. En mi auto
cualquier chino podría haber montado un wok del calor que hacía. Sudé.
Llegué
a casa de mi madre y comí como un pavo antes de Navidad porque tenía que llevar
a la niña a que le administraran la vacuna a las 16,15h. Fue ahí donde mi
progenitora me dijo... (luego, esperad). Llegaba justa. Sudé.
Metí a
la niña en el coche y a su sillita (que pesa lo suyo), a 40º a la sombra y los volví a sacar a ella (y a su carrito) quince minutos después. Sudé.
Tras
consolar el berrinche y asegurarme de que no tenía ninguna reacción a la
medicación, corrí al centro comercial a comprar víveres para poder preparar su
puré para el día siguiente. Sudé.
Entré
en casa y me puse a jugar y entretener a mi pequeña mientras cocinaba y ella se
me pegaba a la pierna. Si no le hacía caso lloraba. Sudé.
Cuando,
por fin, vino su padre (de trabajar todo sea dicho), salimos rápido porque habíamos quedado con varios amigos y sus hijos
en una terraza. Bien. Pero nos tuvimos que turnar para estar con la peque y
"doblar el lomo" para acompañarle en sus primeros pasitos (que ya van
siendo sus millonésimos pasitos). Hacía mucho calor. Sudé.
Llegamos
a casa. Baño. Llanto al salir. Llanto al poner el pijama. Papilla. Llanto
porque no se duerme. Preparar cena... Sudé.
23.30h.
Eire dormida. ¡Uffff! Estoy agotada. Reventada. Me dolía hasta la piel de atrás
de los codos. Y es ahí cuando me regurgitó la frasecita que me endiñó mi madre
hora antes, cuando observando mi figura desde su posición, me dijo:
—Tienes
que salir a correr.
¿Que
tenía que salir a correr? ¡¡Pero si llevaba todo el día corriendo? Sin
zapatillas, sin mallas, con sandalias y con el pelo suelto, pero corriendo, a
tope.
¿Estoy
más gorda? Sí. Es absurdo negarlo. Lo que con veinte no engordaba, ahora sí. La
celulitis se ha instalado en mi subcutánea y no piensa salir. Mi vientre plano
ahora es un vientre de segunda mano (y a mucha honra) y sus músculos se dieron
tanto de sí en el embarazo que pasan de volver a su estado antiguo, dicen que se
está mejor distendidos.
No tengo
tiempo para ir al gimnasio. Alguien debe estar con mi hija.
Y me
gusta comer. De todo. Pero hamburguesas y pizzas también.
¡Lástima!
escribir no adelgaza y se ve que sudar durante todo el día tampoco.
Y no me veo bien. Ciega no soy. Ni tonta. ¿Y
perfecta? Tampoco.
Perfecta
tampoco...
Aquí
está la respuesta. No soy perfecta. No existe. Y aunque algunos lo parezcan
seguro que no lo son.
Pero
ahora nos bombardean con fotos de madres que acaban de dar a luz, hacen tres
hipopresivos (o mil, me da igual) y están flacas como quinceañeras: Pilar
Rubio, Elsa Pataki, Amaia Salamanca, Irina Shayk... Y las ves un día en la
tele, otro de paseo por una librería (porque publican libros), otro en una
revista y piensas en un momento en que tu única neurona idiota se alza con el poder:
¡Qué bien se han quedado! ¿por qué yo no?
¿Y por
que he de estarlo yo? ¿Por qué?
Habrá
quien sí (aunque me extraña) que trabaje y crezca en su profesión, críe a sus
hijos, su casa esté ordenada, coma comida recién cocinada y sana, escriba
libros, vea las últimas series de moda y lea el libro del que todo el mundo
habla (que nunca es el mío, ¡vaya por Dios!), tenga el mejor sexo tres días a
la semana con su pareja, vista con la ropa más cool, (y limpia y planchadita) y
esté delgado y bello como un príncipe o princesa de cuento.
Pero
no soy yo.
He de
hacerme a la idea y bloquear a mi neurona idiota cuando quiera hacerse con mi
sentido común. He de quererme por mis logros y por mis faltas, valorar todo lo
que en mi día a día hago y trabajar para hacerlo mejor pero desde el realismo y
no desde la copia.
Y he
aquí cuando hago un llamamiento a todas las mujeres y hombres (¿por qué no?) del
planeta que se sienten en algún momento frustrados por algo en la parcela de
sus vidas que estiman que cojean:
¡¡¡¡A freír!!!
¡¡¡Que
les den a los cánones!!! ¡¡¡Hay que respirar!!! ¡¡¡Ser libres!!!
Exígete
hasta donde sepas que vas a poder llegar con el esfuerzo que puedes permitirte,
ni un poco más. Porque ante todo hay que ser felices. Felices y realistas. Deja
de compararte porque seguro que tú haces cosas mucho mejor que "aquel"
y "aquel" hace cosas mucho mejor que tú.
Yo ya
lo he asumido, Pilar Rubio me gana haciendo hipopresivos, pero yo a ella en...
¿qué más da? Que sea feliz. Y yo.
(Ya sabéis, si os gusta... compartid, por favor, por favor)
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