—¿Cuánto
tiempo tiene? ¿Un añito?
—No,
once meses.
Once
meses.
Uno
detrás de otro. Con todos sus días y sus noches. Sus noches. Para vivirlo. Eso
es. Para vivirlo. Porque por mucho que te lo cuenten, por mucho que tú te lo
imagines, este es un viaje que no se entiende viéndolo en una revista.
El
otro día hablaba con una mujer embarazada que tenía todo su futuro tan claro
que, aunque algo sí se me escapó, no quise descabalar su organizada maternidad.
Porque ya nos lo han dicho a todas las pre-mamis cientos de veces:
—¡Aysss!
¡Cuánto te va a cambiar la vida!
—¡Aprovecha
para dormir ahora, jajaja!
Y tú,
hastiada de tanta monserga, sonríes y piensas que a ti se te va a dar mejor, y
que si no se duerme no pasa nada, lo importante es que tu bebé, el que acoges
en tu vientre, esté bien... ya te apañarás. Y, casi siempre, lo está, nace
pequeñito, arrugado y tierno, vas a casa y es ahí cuando repleto de energía
comienzas las primeras etapas de tour de Francia o la subida al Everest más
importante de tu vida.
Y
pasan los primeros tres meses (los míos ya los conocéis), y parece que los
gases mejoran y deja de llorar tanto por las noches.
Y al
poco decides cambiarle del capazo a la silla, no sin antes consultar en
páginas, al pediatra, o a amigas cuándo es conveniente pasarlos. Tu bebé ahora
va en sillita para enterarse de qué va el mundo. Más chulo que un ocho.
¡Ya
come con cuchara! ¡Y fruta! (bueno, lo de que come fruta es un decir).
«La
brujilla le ha dado por levantarse y de esta se mata saltando de la minicuna,
hay que tirar de las rejas de la cuna», y como has comprado una cuna pegada al
cambiador pues no hay otra manera que despedirte de tus noches compartiendo
habitación y enviarla a la suya propia.
¡Ya da
sus primeros pasos! ¡Y coge las cosas sola para luego tirarlas al suelo la muy sinvergüenza!
¡Aysssss,
que ha dicho pa-pa-pa!
Tres
meses después:
¡Aysssss,
que ha dicho ma-ma-ma!
¡Le han salido dos dientes!
¡Se
mantiene un segundo sola en pie! ¡Esta va para atleta!
¡Gatea!
¡Mira como gatea!
... ...
En fin,
los logros del primer año. De once meses que a mí se me han pasado tan rápido
que ahora me da pena (aunque nunca añoro los tres primeros y tengo el más firme
propósito de nunca decir a unos papis con un recién nacido ¡disfrútalo!). De
una etapa en la que mi vida ha cambiado mucho, además de una mudanza, nuevo
barrio y un nuevo trabajo que no han ayudado en mi estabilidad mental, Eire es
el real y principal origen de este cambio. Porque apenas tengo tiempo para mí,
porque cuando yo me quiero dormir ella se despierta, porque escribir tres horas
seguidas es una utopía, porque hay que salir a pasear quieras o no quieras,
porque se acabó ver series por las noches y estar al día en eventos sociales
(los que veía por la tele). Porque no te puedes quedar sin verduras para hacer
el puré y sin potitos de fruta (los naturales son una batalla que ganó casi
antes de nacer), has de comprar pañales cada menos tiempo del que crees y
asegurarte de que llevas toallitas en su bolso del carro, y el bibe del agua,
algún babero, su chupe, ¡su chupe! (el mejor amigo del padre), la cremita del
culete, Aspitos por si el berrinche se complica, batería en el móvil por si el Aspito no funciona probar con Miliki...
Que
antes salía de casa, me miraba en el espejo, veía si mi rimmel no se había
corrido y mi corrector cumplía su objetivo, cogía el bolso y tan contenta. Ahora,
ahora con salir con la sudadera limpia voy que me chuto, y si no, no pasa nada,
como me dijo ayer mi prima al ver los lamparones que llevaba en mi camiseta, «te
tapa el carro». En eso me he convertido: en una mujer a un carro pegado.
Y por
eso, cuando escuché a aquella futura mami con su discurso tan claro, me dije
que quería escribir esta entrada, y de paso romper el silencio. Esto no es
programable, esto es un día a día, no solo es que no duerma, llore mucho o no
coma, no, es una persona y tú otra, y sus necesidades a veces te impiden cubrir
las tuyas, y te frustras, se te pasa, y otro día te frustras de nuevo, pero se
te vuelve a pasar, y te saca de tus casillas cuando menos te lo esperas, y a la
hora te ves comiéndotelo a besos y sintiéndote mal. Es un maremágnum de estados
por lo que antes no pasabas, ni de cerca. Y yo acabo de empezar...
Más
claro, pongo un ejemplo práctico:
Hoy
libro. Podría irme a un centro comercial a mirar un papel pintado para la
habitación, o unas chanclas, y luego hacerme una comida rica, siestear, ver una
serie (entera a poder ser) y salir a cenar con colegas. ¿Qué voy a hacer? Ni
idea. Depende de cuando se despierte, porque la he vuelto a dormir a las ocho y
ahora está como un tronco, son las once y no he desayunado por no hacer ruido
con la cafetera, lo de ir a ver papel pintado ya no me da tiempo, y por la
tarde toca revisión. Ves, querida, esto es un sobrevivir constante y cambiante.
Como
he dicho antes, hoy a mi huracán particular le toca la revisión de los once
meses con una nueva enfermera, por aquello de la mudanza. Echo la vista atrás,
y aquí sola en mi habitación, con el ordenador en mis piernas, sin ese café que
tanto añoro, se me escapa alguna lágrima...
Eres
lo mejor que me ha pasado en la vida, enana, aunque hoy no haya planes, ni
papeles pintados, solo los que tú pintes con tu mano.
me alegra mucho, y te doy la enhorabuena, besos
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