Soy mamá

Soy mamá

jueves, 8 de noviembre de 2018


Hola amigos!!
Hoy os traigo un experimento. He publicado en mi canal de youtube un podcast de Luna leyendo las primeras páginas de su historia.
¿Os apetece escucharla?

https://www.youtube.com/watch?v=Uqm6v_g9FxA&t=9s

miércoles, 24 de octubre de 2018

QUE ME PERDONEN LAS CELEBRITIES


         No voy a descubrir nada cuando repita que últimamente vivimos muy "para fuera". Por mucho que se reniegue de las redes sociales a la gente le deleita colgar sus logros y sus momentos de disfrute: una fotito de vacaciones, nuestra ecografía en la que se ve al futuro bebé, el coche nuevo, un exquisito tartar que nos vamos a comer en el restaurante más cool...
         Esto no es nuevo, sí más tecnológico, pero novedoso, pues mira, no. Siempre ha habido amigos (todos tenemos alguno) a los que le encantaba pasearse con relojes carísimos, coches a la última y casas enormes muy por encima de sus posibilidades y no nos la colaban (aunque fingiésemos que sí). Pero normalmente el postureo era para aparentar "más" no "menos". Quedaros con esta reflexión.


         Y también quiero hablar del debate abierto que hay ahora con la forma en que se vive maternidad. Hay verdaderos conflictos y teorías sobre lo que es ser buena madre. Por separar los extremos, a un lado habitan las "malas madres" que desmitifican la maternidad y al otro reinan las madres que crían con apego, a las que les sale gloria por los ojos cuando hablan con sus hijos.

         Si sumamos "postureo a menos" y "debate maternidad" sale como resultado lo que a mí me chirria. Os cuento:
         No, mejor veamos esta escena:

         https://www.youtube.com/watch?v=jVI11MofPCg

         En ella hemos visto (quién haya clicado, ya sé que muchos no, pero os la recomiendo encarecidamente) a dos mujeres con éxito y dinero que se desahogan sobre su maternidad y al final acaban brindando por las mujeres que no tenemos ayuda privada en casa y no entienden cómo lo hacemos.
         ¿Por qué me gusta? Porque son sinceras y eso, amigos, no abunda.
         Y, ¿qué es lo que me chirría?
         Me chirría cuando veo a celebrities hablando de su paternidad y afirman que pasan muy malas noches o que están hartos de hacer cremas y potitos, etc... Están vendiendo una moto innecesaria o por lo menos yo no se la compro.
         Es más, a mí hasta me ofende. Porque tú les ves fantásticos y va y te miras porque llevas meses sin ir a la peluquería o con las uñas a medio pintar y piensas o que se están tirando el pisto o es que se levantan así de estupendos y delgados porque beben mucha agua.

         ¡Cuidado! No digo que la mamá o el papá que tiene que hacerlo todo él porque no tiene ayuda sea mejor padre que ellos, quién soy yo para etiquetar a nadie, solo digo que el papá que no tiene ayuda está mucho más liado (obvio) y que un brindis por él (como hacen mis amigas de Sexo en Nueva York) pues sienta mejor.
         Pero documentándome para este artículo me encuentro con algo que es un "zasca" en toda mi cara. Un término llamado "mom shaming". Pues resulta (me encanta empezar así) que existe una nueva forma de sexismo (estamos locos) que se basa en avergonzar a la madre que tiene una vida activa tras ser madre y lo cuenta en redes. Por ejemplo, Sara Carbonero contestó esto en una entrevista:

         Pregunta: Un mes después de dar a luz regresa al trabajo. ¿Y la baja por maternidad?

        Respuesta: Me he escapado un ratito. Tengo ayuda en casa y a los abuelos pendientes.

          Pues, amigos, por lo visto los comentarios fueron insultantes. De esto me enfadan dos conclusiones:
         Uno que se metan con ella porque trabaje y admita que tiene ayuda (envidia, pura envidia, de la mala y que no me cuenten otra).
           Y que nadie mencione a Iker Casillas que tampoco estaba porque se había ido a la concentración de la selección.


       
        Leído esto, que es un solo ejemplo, pero hay muchos, puedo entender ahora porque nuestras celebrities aparentan que lo hacen todo ellas y así se evitan el chapuzón de críticas llevados por la envidia que cuando es anónima es aún peor.
         Pero vosotros qué preferís:
         a) Que el celebritie admita que tiene ayuda contratada y que por eso no está tan cansado y se le ve tan bronceado, acicaladito y en buena forma.
         b) Que venda la moto de que las noches son malísimas y así se evite un juicio con muy mala baba en internet.
         c) Que no diga nada (que también es viable).
        
         Ayer contándole a mi marido que iba a escribir esta entrada él me preguntó, «¿y tú, qué harías?». No tardé en responder, que admitiría que tengo ayuda, porque es obvio, y que tengo esa suerte, punto. Por eso, yo, claramente, opto por opción A. Por la sinceridad. No pasa nada si tienes más dinero que yo y te lo puedes permitir, la vida es así. Ni tú serás peor padre por tener ayuda, ni yo mejor madre por ser como Juan Palomo. Eso es otra cosa y quien lo ponga en duda que se lo haga mirar (de verdad).


        
         Concluyo alegrándome por haber escrito esta entrada porque igual cuando vuelva a ver a una famosa diciendo que duerme fatal (alguna habrá, no digo yo que no), ya no me chirríe y la comprenda. Al final, no hay nada como informarse para ponerse en la piel del otro.
         Respetemos, amigos.



Referencias:
https://clubdemalasmadres.com/
http://mom.life/stop-mom-shaming-mom-life/
https://www.glamour.es/placeres/cultura/articulos/malas-madres-mom-shaming-redes-sociales-chrissy-teigen/23757

sábado, 6 de octubre de 2018

EL PUTO ERROR AL ACECHO

  No se me va de la cabeza, ni creo que a nadie... la noticia de esta semana, la trágica noticia. Esa que si saliese un duende de una lámpara y me concediera tres deseos uno de ellos sería echar el tiempo para atrás y volver a la mañana del miércoles e impedir que ese hombre se despistara.
         No se me va de la cabeza, ni creo que a nadie... el error, siempre al acecho, porque somos personas y ya se sabe que imperfectos y ya se sabe que todos cometemos errores, y ya se sabe que todavía hay gente que se cree a salvo.
         Pero no. Yo llevo estos días mirando a mi pequeña con más dulzura, amor y cuidado que otras veces, porque se me ha colado en el alma y le pido al cielo que los errores que yo cometa con ella, porque los cometeré, no sean tan tremendos. Subrayo: nadie está a salvo.
         Vivimos "en prisa", ya no "deprisa", nos hemos superado, la urgencia ya viene en nuestros genes, nada más despertar ya corremos, hasta de vacaciones nos estresamos. No me puedo imaginar lo que es llevar a cuatro niños a sus respectivos colegios, ese amanecer, ese desayuno, ese prepara las mochilas, móntate en el coche, devuélvele el juguete a tu hermano, no os peguéis, bla, bla, bla... Y si me puedo imaginar (habrá quien no, pero yo sí) que te suena el teléfono, que tu hija se ha quedado calladita en su silla y te despistas y te crees que ya la has llevado a su guardería, como ayer y antes de ayer...
         Y no se me va de la cabeza esa niña ahí... ni a esos padres cuando descubrieron el puto error que ha destrozado sus vidas.
         No hay palabras de consuelo para esa familia y menos para ese hombre. Yo solo puedo decir que le ha tocado a él, que ese día el error andaba al acecho y se aprovechó de su despiste, que "gracias" a él va a ser difícil que esto vuelva a suceder en España durante unos años y que esa niña quizás salve a algunos otros. Pero que errores cometemos todos y aunque este haya acarreado la peor consecuencia nadie se equivoca queriendo y menos con tus propios hijos.
         Trabajo en un hospital y se mete la pata y claro que hay despistes. El miedo que se siente cuando te das cuenta de que te has equivocado no se lo deseo a nadie, te tiembla el cuerpo por dentro porque hablamos de la vida de otro que está en tus manos. Y nadie quiere errar pero sucede. Yo lo admito, hay quien no.
         Padre de esa niña, yo te entiendo y te envío todo mi apoyo, que de nada te sirve, pero te lo envío porque no eres perfecto y te ha tocado a ti el castigo más cruel que se pueda imaginar. Espero que tu familia te arrope y sepa comprenderlo. Muchos lo hacemos. A los que no, por favor, respetad su dolor y dejaros de maldecir en redes, rezad porque cuando el error vuelva al acecho no se cebe con vosotros.
     
                                 DESCANSA EN PAZ, PEQUEÑA




martes, 14 de noviembre de 2017

Confesiones. El secreto de Ni un zapato más.

¿Cómo vamos?
         Hoy escribo esta entrada porque no puedo mantenerme callada. Hoy os voy a desvelar uno de los secretos que se ocultan en Ni un zapato más, un secreto que escondí para nosotras, para ellas, para todas, pero sobre todo para aquellas que perdieron su vida a mano de "ellos".


         Ayer, mientras veía las noticias de las 21h, lloré, nada novedoso, me imagino que a muchos también las lágrimas impotentes se les manifestaron al descubrir ese tremendo parricidio. Un "padre" degollaba a su hija de dos años como venganza porque su pareja acababa de salir a denunciarle. Una niña de dos años ha muerto en manos de la persona que le dio la vida, de su padre, del que iba a aprender a atarse los zapatos, del que le tenía que leer cuentos, enseñarle a jugar con la pelota, montar en bici... y él cometió el acto más deleznable que mi mente puede digerir: arrancar de cuajo todas esas vivencias a tu pequeño, al que tú, moral y legalmente, optaste por criar.
         Siempre pruebo a ponerme en la piel del otro, entender porque las personas actúan como actúan, quizás sea defecto de escritora. En este caso ni lo voy a intentar, porque me duele tanto y me resulta tan incomprensible que me ahogo. Soy madre y solo pensar que a mi pequeña le pueda pasar algo me descuelga los órganos por segundos para revolverme el cuerpo. Pero no hace falta ser "papa" para entenderlo, lo sucedido ayer descompone el cuerpo a cualquiera con un mínimo de conciencia
         Hace unos días también nos torturó la noticia de que un hombre había matado a tiros a su ex-pareja delante de su hijo, a la salida del colegio. Frente a muchos niños. Pequeños a los que se les ha arrebatado un pedazo de su infancia para siempre y que temerán ser adultos para no ser tan malos como aquel asesino. Por no hablar de ese niño de tres años que ha perdido a su madre para siempre. Me duele el alma, literalmente.
         ¿Qué demonios nos está pasando? ¿Realmente estamos civilizados? ¿O somos una panda de engreídos con ínfulas de "progres" en un mundo insensible, cruel y desfasado?

         Y sí, ya sé que habéis leído las noticias, que no os estoy descubriendo nada, pero, en parte, necesitaba desahogarme y aprovechar para desvelaros uno de los secretos que esconde Ni un zapato más.
         No os digo en qué forma, ya lo averiguaréis, pero en este último libro hay un homenaje a aquellas mujeres que perdieron su vida en manos de sus parejas en 2016 y 2017.
         ¿Por qué?                                                                          
         Porque se me encendió esa idea y ni fui capaz de apagarla; ni quise.
         ¿Por qué se me ocurrió?
         Por la similitud del título con el eslogan "Ni una menos", porque por eso se titula así. Desaparecen mujeres y uno de sus zapatos amanece en la puerta del policía que investiga el caso. El ruega al cielo que no haya más zapatos esperándole. Ni un zapato más.
         Pero este no es el caso que hoy me ocupa. Hoy me alegro, entre comillas, de haber escrito ese homenaje aunque no pegara "ni con cola" en el estilo del libro. Porque el ser humano está programado para ayudar (aunque no lo sepamos), para intentar "hacer algo" en los malos momentos ajenos, y aunque escribir unas líneas sea tan poco que es irrisorio para aquellos que están sufriendo los daños directos o colaterales de esta lacra, yo siento que estoy madurando como autora y me calma. Porque escribes para ti pero te leen los demás (una suerte), tenemos voz y podemos remover alguna oscura conciencia o educar a quién está empezando a torcerse.
         Autores, autoras, escribamos sabiendo que nos leen, y, en concreto, en romántica, gente muy joven, que está eligiendo su destino y forjando su carácter. Dejemos claro que los celos excesivos, la manipulación, el control y el menosprecio son signos inequívocos de maltrato psicológico. Porque quizás sí se puede hacer algo, porque gracias a nuestro karma tenemos voz y hay a quién le gusta leerla. Seamos coherentes.
         Hablo para autores, pero lo podemos extrapolar a la sociedad en general, porque todos tenemos a gente que nos escucha y niños alrededor. Porque no hay que callar, hay que actuar y ayudar. Dejo claro que, en mi opinión, la clave en la erradicación de la violencia de género reside en la educación.


         Me he ido por las ramas, lo sé, yo venía a desvelaros un homenaje, la reivindicación que escondía Ni un zapato más y la parrafada me ha salido sola. No me arrepiento, las circunstancias, tristemente, lo merecen.
         Solo me queda decir:
         Es un sinsentido que estéis muertas. Asesinadas...  pequeña de dos años, Jessica, descansad en paz.
         Ojalá el homenaje que escribí en Ni un zapato más os llegue a todas, pero sobre todo, ojalá no tenga que volver a escribirlo en mi siguiente libro.
         Un abrazo.


        
          
        
        



jueves, 7 de septiembre de 2017

¡¡¡A freír!!!

       Hace días que quiero escribir esta entrada, pero si seguís leyendo, luego me entenderéis mejor, no he podido. Hoy he encontrado el momento: 13.03 del mediodía, peque en la guarde, avería arreglada, esposo trabajando, silencio...
         Antes de irme de vacaciones mi madre me dijo una de esas frases lapidarias suyas que te dejan más seca que un palulú, esas en las que el tiempo se para y oyes como una voz en off que suena a: ¡¡Zasca!! Pero vayamos al principio:
         Había trabajado por la mañana, de 8 a 15h, en la UCI (que os aseguro que se trabaja mucho y si eres nueva le has de sumar varios puntitos más, ligados al estrés que genera). Sudé.
         La noche había sido movidita con Eire y con el calor que hacía. Mis ojeras le ganaban el terreno a mis mofletes y el cansancio se acumulaba en mi espalda y mis piernas (y en mi mal humor, vale). Sudé.
         Nada más salir me enfrenté (como pude) al calor extremo que hacía esa semana de julio y me metí en el coche rápido para ir a buscar a la enana. En mi auto cualquier chino podría haber montado un wok del calor que hacía. Sudé.
         Llegué a casa de mi madre y comí como un pavo antes de Navidad porque tenía que llevar a la niña a que le administraran la vacuna a las 16,15h. Fue ahí donde mi progenitora me dijo... (luego, esperad). Llegaba justa. Sudé.
         Metí a la niña en el coche y a su sillita (que pesa lo suyo), a 40º a la sombra y los volví a sacar a ella (y a su carrito) quince minutos después. Sudé.
         Tras consolar el berrinche y asegurarme de que no tenía ninguna reacción a la medicación, corrí al centro comercial a comprar víveres para poder preparar su puré para el día siguiente. Sudé.
         Entré en casa y me puse a jugar y entretener a mi pequeña mientras cocinaba y ella se me pegaba a la pierna. Si no le hacía caso lloraba. Sudé.


         Cuando, por fin, vino su padre (de trabajar todo sea dicho), salimos rápido porque  habíamos quedado con varios amigos y sus hijos en una terraza. Bien. Pero nos tuvimos que turnar para estar con la peque y "doblar el lomo" para acompañarle en sus primeros pasitos (que ya van siendo sus millonésimos pasitos). Hacía mucho calor. Sudé.
         Llegamos a casa. Baño. Llanto al salir. Llanto al poner el pijama. Papilla. Llanto porque no se duerme. Preparar cena... Sudé.


         23.30h. Eire dormida. ¡Uffff! Estoy agotada. Reventada. Me dolía hasta la piel de atrás de los codos. Y es ahí cuando me regurgitó la frasecita que me endiñó mi madre hora antes, cuando observando mi figura desde su posición, me dijo:
         —Tienes que salir a correr.
         ¿Que tenía que salir a correr? ¡¡Pero si llevaba todo el día corriendo? Sin zapatillas, sin mallas, con sandalias y con el pelo suelto, pero corriendo, a tope.
         ¿Estoy más gorda? Sí. Es absurdo negarlo. Lo que con veinte no engordaba, ahora sí. La celulitis se ha instalado en mi subcutánea y no piensa salir. Mi vientre plano ahora es un vientre de segunda mano (y a mucha honra) y sus músculos se dieron tanto de sí en el embarazo que pasan de volver a su estado antiguo, dicen que se está mejor distendidos.
         No tengo tiempo para ir al gimnasio. Alguien debe estar con mi hija.
         Y me gusta comer. De todo. Pero hamburguesas y pizzas también.
         ¡Lástima! escribir no adelgaza y se ve que sudar durante todo el día tampoco.
          Y no me veo bien. Ciega no soy. Ni tonta. ¿Y perfecta? Tampoco.
         Perfecta tampoco...
         Aquí está la respuesta. No soy perfecta. No existe. Y aunque algunos lo parezcan seguro que no lo son.
         Pero ahora nos bombardean con fotos de madres que acaban de dar a luz, hacen tres hipopresivos (o mil, me da igual) y están flacas como quinceañeras: Pilar Rubio, Elsa Pataki, Amaia Salamanca, Irina Shayk... Y las ves un día en la tele, otro de paseo por una librería (porque publican libros), otro en una revista y piensas en un momento en que tu única neurona idiota se alza con el poder: ¡Qué bien se han quedado! ¿por qué yo no?


         ¿Y por que he de estarlo yo? ¿Por qué?
         Habrá quien sí (aunque me extraña) que trabaje y crezca en su profesión, críe a sus hijos, su casa esté ordenada, coma comida recién cocinada y sana, escriba libros, vea las últimas series de moda y lea el libro del que todo el mundo habla (que nunca es el mío, ¡vaya por Dios!), tenga el mejor sexo tres días a la semana con su pareja, vista con la ropa más cool, (y limpia y planchadita) y esté delgado y bello como un príncipe o princesa de cuento.
         Pero no soy yo.
         He de hacerme a la idea y bloquear a mi neurona idiota cuando quiera hacerse con mi sentido común. He de quererme por mis logros y por mis faltas, valorar todo lo que en mi día a día hago y trabajar para hacerlo mejor pero desde el realismo y no desde la copia.
         Y he aquí cuando hago un llamamiento a todas las mujeres y hombres (¿por qué no?) del planeta que se sienten en algún momento frustrados por algo en la parcela de sus vidas que estiman que cojean:
         ¡¡¡¡A freír!!!
         ¡¡¡Que les den a los cánones!!! ¡¡¡Hay que respirar!!! ¡¡¡Ser libres!!!
         Exígete hasta donde sepas que vas a poder llegar con el esfuerzo que puedes permitirte, ni un poco más. Porque ante todo hay que ser felices. Felices y realistas. Deja de compararte porque seguro que tú haces cosas mucho mejor que "aquel" y "aquel" hace cosas mucho mejor que tú.
         Yo ya lo he asumido, Pilar Rubio me gana haciendo hipopresivos, pero yo a ella en... ¿qué más da? Que sea feliz. Y yo.

 (Ya sabéis, si os gusta... compartid, por favor, por favor)

         

lunes, 4 de septiembre de 2017

PRIMER DÍA DE CLASE

      Las noches van pasando, a veces con más pena que gloria, pero transcurren. En consecuencia el día siguiente amanece, el otro y el otro, y se convierten en semanas pasadas, en meses que nunca volverán, que perderán su protagonismo en el calendario. Y llega un día que ¡¡cumpleaños feliz!!, de repente mi pequeña sirena cumple un añito, come más tierra en la playa que las gaviotas, disfruta de las verbenas del pueblo, regresa a la rutina diaria en su hogar y... ¡¡vuelta al cole!!, ¡¡comienza por primera vez el cole!!.

         Hoy, exactamente hoy, ha ido por primera vez a "la guarde". Un día importante en el transcurso de su vida, un día del que hablará cuando cuente sus batallitas de la infancia (¡aysss, que me pongo ñoña!):
         «Mi madre me dijo que me pasé el día llorando», o «pues yo fui tan contento». ¿O no? A todos nos han contado (más de una vez) como nos comportamos el primer día que nuestros padres nos llevaron al cole. Y yo, consciente de la trascendencia del evento, no he descansado como me hubiera gustado y he ido hacia la escuela infantil con un nudo en el estómago más grande que el que cargaba cuando hice la selectividad.
         Como mi pequeña no se suele despertar tan pronto hemos ido apurando el bibe en el paseo hacia su gran cita. Empujada por la velocidad del reloj, me lo he inventado en el último momento y no ha funcionado, ha bebido menos leche que un abuelo agua (no beben, ya os lo digo yo). Yo estaba preocupada porque la iba a dejar prácticamente en ayunas, en riesgo de hipoglucemia severa, aunque era tan poco rato, bla, bla, bla... cosas de madre y enfermera a la par.
         Cuando me he querido dar cuenta hemos doblado la esquina y ¡la guarde! ¡Ahhhhhhhh! Cojo aire, inhalo, exhalo, hago fuerza con mi abdomen para deshacerme del nudo gástrico, abro la puerta y... ¡Guaaaa! ¡Guaaaa! ¡Guaaaa! ¡Guaaaaaa! ¡Guaaaaa! (no hay espacio en el Word para redactar la de llantos que se oían). Creo que hasta he dado un respingo y echado los pies para atrás del impacto acústico. ¡Cuidado! Pocas cosas son más estresantes que el llanto de un niño, y si le sumas treinta barítonos, pues no entiendo como las profesoras no toman orfidal a tazas.
         En seguida me ha atendido la directora, con una sonrisa despreocupada (tipo azafata en turbulencias) y me ha conducido al aula de Eire. Hemos abierto la puerta y... ¡Guaaaa! ¡Guaaaa! ¡Guaaaa! ¡Hipppp! ¡Hippppp! ¡Guaaaaa! ¡Guaaaaaa!

         Yo, aunque suene adolescente total, suelo decir "flipa colega"; pues lo de hoy era el "flipa colega" más apropiado que jamás habré rehusado a verbalizar en alto para no asustar a la profe con mi jerga, pero repito, resalto, remarco y subrayo, lo que me he encontrado allí era un "flipa colega" como una casa.
         Allí estaba la pobre "señorita" con seis bebés, dos de ellos rabiando del berrinche (los "a tope"), otros dos llorando en discreción y otros a ratos. Sara, que así se llama esta santa profesional, estaba dando las últimas indicaciones a unos papás que iban a dejar a su peque un ratito, como yo, por aquello de la adaptación.
         Eire, como si fuera sorda, se ha bajado de mis brazos para irse a por una mesita con luces que era de los más cuqui y ha empezado a entablar amistad con el que menos lloraba del lugar. Se ha acercado otro bebé al ver el buen ambiente que se respiraba en "la mesita cuqui" y se ha venido tan arriba que le ha quitado el chupe al primer amigo de Eire y se lo ha llevado a la boca... (¡Oh my god!, virus, bacterias, mocos... ¡Arjjjjjj! ). No he podido evitarlo, como una chivata se lo he tenido que decir a Sara. (Creo que no debería haber visto ese momento, a partir de hoy tendré pesadillas en las que el chupete de Eire entra en millones de pequeñas bocas usurpadoras e infecciosas).


         Mientras que yo hablaba con la profe, los padres del niño se fueron, disimulando su salida y ¿qué hizo él? De primeras no darse cuenta, pero cuando lo hizo... cuando lo hizo se pegó a la puerta por donde se habían ido sus papis y se puso llorar (mi alma se cayó al suelo, os lo prometo).
          La conversación ha sido difícil puesto que la profe tenía que ir consolando a los bebés "a tope"; soltaba a uno y lloraba, cogía al otro y se callaba, lo soltaba y berrinche. Mi cabeza se movía como en un partido de tenis pero en vertical, del suelo a los brazos de Sara.
         Eire seguía a su rollo.
         «Pasando de mami».
         «Aquí hay mucho que llevarse a la boca».
         «Pues no hay juguetitos que tirar al suelo con todas mis ganas».
         Para mi consuelo maternal sí que ha habido un momento en el que se me ha acercado y me ha agarrado de la pierna, pero en seguida ha visto otro juguete más molón que su mami y ha marchado a explorar.
         En acuerdo con Sara, me he ido cuarenta minutos, que a mí se me han hecho largos como turnos de noche, pero ni una lagrima se ha escurrido de mi lagrimal (la actitud de mi vástaga ayudaba, claro). Cuando he regresado a por la enana la he encontrado de puntillas en una trona intentando consolar a un "a tope" o intentando quitarle la trona (es más que probable la segunda opción)...
         Al verme me sonrió. Y yo. Yo a ella también. Más unos diez besos sonoros y apretados como si no la hubiera visto en años.


         Este ha sido su primer día de guarde. Estoy contenta, pero acaba de empezar. De fijo que llora, que se enferma, que se cae, que no come o no duerme, pero solo quiero añadir que me encanta vivir estos momentos con ella, ser la voz que luego le recordará esos instantes de su infancia, ser la mano que le acompaña y le guía. En definitiva, ser... su mamá.
         A ver si ahora tengo más tiempo y os cuento estas novedades (si os gustan, claro).
         ¡¡Nos leemos!!

        
        




viernes, 30 de junio de 2017

PAPEL PINTADO A MANO



         —¿Cuánto tiempo tiene? ¿Un añito?
         —No, once meses.
         Once meses.
         Uno detrás de otro. Con todos sus días y sus noches. Sus noches. Para vivirlo. Eso es. Para vivirlo. Porque por mucho que te lo cuenten, por mucho que tú te lo imagines, este es un viaje que no se entiende viéndolo en una revista.
         El otro día hablaba con una mujer embarazada que tenía todo su futuro tan claro que, aunque algo sí se me escapó, no quise descabalar su organizada maternidad.


   
  Porque ya nos lo han dicho a todas las pre-mamis cientos de veces:
         —¡Aysss! ¡Cuánto te va a cambiar la vida!
         —¡Aprovecha para dormir ahora, jajaja!
         Y tú, hastiada de tanta monserga, sonríes y piensas que a ti se te va a dar mejor, y que si no se duerme no pasa nada, lo importante es que tu bebé, el que acoges en tu vientre, esté bien... ya te apañarás. Y, casi siempre, lo está, nace pequeñito, arrugado y tierno, vas a casa y es ahí cuando repleto de energía comienzas las primeras etapas de tour de Francia o la subida al Everest más importante de tu vida.
         Y pasan los primeros tres meses (los míos ya los conocéis), y parece que los gases mejoran y deja de llorar tanto por las noches.
         Y al poco decides cambiarle del capazo a la silla, no sin antes consultar en páginas, al pediatra, o a amigas cuándo es conveniente pasarlos. Tu bebé ahora va en sillita para enterarse de qué va el mundo. Más chulo que un ocho.
         ¡Ya come con cuchara! ¡Y fruta! (bueno, lo de que come fruta es un decir).
         «La brujilla le ha dado por levantarse y de esta se mata saltando de la minicuna, hay que tirar de las rejas de la cuna», y como has comprado una cuna pegada al cambiador pues no hay otra manera que despedirte de tus noches compartiendo habitación y enviarla a la suya propia.
         ¡Ya da sus primeros pasos! ¡Y coge las cosas sola para luego tirarlas al suelo la muy sinvergüenza!
         ¡Aysssss, que ha dicho pa-pa-pa!
         Tres meses después:
         ¡Aysssss, que ha dicho ma-ma-ma!
         ¡Le han salido dos dientes!
         ¡Se mantiene un segundo sola en pie! ¡Esta va para atleta!
        ¡Gatea! ¡Mira como gatea!

... ...
         En fin, los logros del primer año. De once meses que a mí se me han pasado tan rápido que ahora me da pena (aunque nunca añoro los tres primeros y tengo el más firme propósito de nunca decir a unos papis con un recién nacido ¡disfrútalo!). De una etapa en la que mi vida ha cambiado mucho, además de una mudanza, nuevo barrio y un nuevo trabajo que no han ayudado en mi estabilidad mental, Eire es el real y principal origen de este cambio. Porque apenas tengo tiempo para mí, porque cuando yo me quiero dormir ella se despierta, porque escribir tres horas seguidas es una utopía, porque hay que salir a pasear quieras o no quieras, porque se acabó ver series por las noches y estar al día en eventos sociales (los que veía por la tele). Porque no te puedes quedar sin verduras para hacer el puré y sin potitos de fruta (los naturales son una batalla que ganó casi antes de nacer), has de comprar pañales cada menos tiempo del que crees y asegurarte de que llevas toallitas en su bolso del carro, y el bibe del agua, algún babero, su chupe, ¡su chupe! (el mejor amigo del padre), la cremita del culete, Aspitos por si el berrinche se complica, batería en el móvil por si el Aspito no funciona probar con Miliki...
         Que antes salía de casa, me miraba en el espejo, veía si mi rimmel no se había corrido y mi corrector cumplía su objetivo, cogía el bolso y tan contenta. Ahora, ahora con salir con la sudadera limpia voy que me chuto, y si no, no pasa nada, como me dijo ayer mi prima al ver los lamparones que llevaba en mi camiseta, «te tapa el carro». En eso me he convertido: en una mujer a un carro pegado.


         
           Y por eso, cuando escuché a aquella futura mami con su discurso tan claro, me dije que quería escribir esta entrada, y de paso romper el silencio. Esto no es programable, esto es un día a día, no solo es que no duerma, llore mucho o no coma, no, es una persona y tú otra, y sus necesidades a veces te impiden cubrir las tuyas, y te frustras, se te pasa, y otro día te frustras de nuevo, pero se te vuelve a pasar, y te saca de tus casillas cuando menos te lo esperas, y a la hora te ves comiéndotelo a besos y sintiéndote mal. Es un maremágnum de estados por lo que antes no pasabas, ni de cerca. Y yo acabo de empezar...
         Más claro, pongo un ejemplo práctico:
         Hoy libro. Podría irme a un centro comercial a mirar un papel pintado para la habitación, o unas chanclas, y luego hacerme una comida rica, siestear, ver una serie (entera a poder ser) y salir a cenar con colegas. ¿Qué voy a hacer? Ni idea. Depende de cuando se despierte, porque la he vuelto a dormir a las ocho y ahora está como un tronco, son las once y no he desayunado por no hacer ruido con la cafetera, lo de ir a ver papel pintado ya no me da tiempo, y por la tarde toca revisión. Ves, querida, esto es un sobrevivir constante y cambiante.
         Como he dicho antes, hoy a mi huracán particular le toca la revisión de los once meses con una nueva enfermera, por aquello de la mudanza. Echo la vista atrás, y aquí sola en mi habitación, con el ordenador en mis piernas, sin ese café que tanto añoro, se me escapa alguna lágrima...
         Eres lo mejor que me ha pasado en la vida, enana, aunque hoy no haya planes, ni papeles pintados, solo los que tú pintes con tu mano.